jueves, 4 de marzo de 2010

Vendida

En el número 23 de la calle Nezahualpilli, en la colonia Arenal, hay una casa que tiene mi edad. Recuerdo varias fachadas: verde con negro, café, verde con gris y lila con gris. Las puertas primero fueron negras y después blancas.

Ahí aprendí a caminar y a andar en patines, fui niña, adolescente y medio adulta, también aprendí a hablar y tuve mis primeras y últimas clases de inglés, pasé de la máquina de escribir a la computadora y de los permisos a las escapadas.

En esa casa, entre la avenida Circunvalación y Nezahualcoyotl supe lo que era cuidar de alguien o algo. Alimenté por varios años a "Burrito", el perico de mi papá, y cultivé una orquídea hermosa, el primero murió de viejo el 13 de febrero de 1999, de trece años, y la segunda se secó gracias a los miados de los horrendos gatos que entraban de contrabando al patio trasero.

Entre las paredes levantadas por mi abuelito conocí dos de mis aprecios más grandes, el futbol y los libros. Adopté a Cruz Azul como el equipo de mis amores y a los clásicos como los mejores viajes. Por ambos lloré por primera vez en "mi casa".

Conviví con muchas personas, más de las que considero normales, mi tía Rocío, mi tío Mario, sus hijos Sunny, Abigail, Mario y José; mi tía Reyna, mis primos Cinthya y Víctor y el papá de estos dos; mi tío José, su esposa Concha y mis primos Armando, Erick y Alan; Juanito, un queretano sobrino de mi abuelito y Ricardo, un tío ensenadense que vino para hacerse ingeniero; y no olvidaré al fantasma de una señora, el habitante menos raro.

Justo el lunes 1ro de Marzo se cumplieron dos años de que dejé de vivir ahí, y siento que algo rompí al partir. De las seis personas que siempre vivimos ahí fui la segunda en salir, la primera fue mi abuelita, quien murió un año antes. Así quedaron mi hermano, mi mamá, mi papá y mi abuelito, pero unos cuantos meses bastaron para que la casa quedara completamente sola.

Se terminaron las noches de noticiarios deportivos con mi hermano y las peleas por la computadora, las pláticas con mi mamá ahora son escasas y extremadamente cortas, las peleas con mi papá ya son pláticas amigables y la relación con mi abuelito es cordial y limitada.

El pasado jueves 25 de febrero mi abuelito por fin encontró a un comprador, sentí más tristeza que cuando la dejé, pero hoy tengo muy claro que todo terminó cuando la primera persona se fue. Tristemente para algunos y felizmente para otros, la casa ya fue vendida.

Tal vez vuelva un día para ver de qué color es la fachada.